
Vivimos en una era donde la información circula más rápido que nunca. Las redes sociales, los medios de comunicación y los discursos nos bombardean constantemente con ideas, opiniones y argumentos de todo tipo. Sin embargo, no todos estos argumentos están construidos de manera lógica. Muchos de ellos se sostienen sobre razonamientos engañosos que, aunque suenen convincentes, no resisten un análisis profundo. A estos razonamientos erróneos se les conoce como falacias.
Las falacias son errores en el razonamiento que pueden parecer válidos o razonables a primera vista, pero que en realidad no lo son. Algunas veces se cometen de forma involuntaria, por falta de conocimiento o descuido. Pero en muchos otros casos, se utilizan con una intención muy clara: manipular la opinión pública, convencer sin razones válidas o desacreditar ideas contrarias sin necesidad de refutarlas con argumentos lógicos.
En un mundo donde la opinión se forma muchas veces a partir de titulares, memes o vídeos, aprender a identificar las falacias es una herramienta poderosa para no caer en engaños y pensar con criterio propio. Para ello, a continuación analizaremos algunos tipos de falacias que suelen aparecer en debates públicos, redes sociales o noticias en la actualidad:
· “No te puedes fiar de lo que diga Greta Thunberg sobre el cambio climático, ni siquiera terminó el colegio”
Este es un claro ejemplo de argumento Ad Hominem, ya que en lugar de refutar los argumentos que Greta Thunberg ofrece sobre el cambio climático, se desacredita su figura personal, atacando su formación académica. Se evita confrontar las evidencias que ella publica y, en cambio, se intenta invalidar sus ideas con comentarios acerca de su edad o su educación. El valor de un argumento no depende de quién lo dice, sino de su contenido y sus fundamentos.
· “Desde que se aprobó la ley de educación nueva, los resultados de los estudiantes han empeorado”
Aquí se asume que la ley de educación es la causa del bajo rendimiento escolar simplemente porque los hechos ocurrieron de forma sucesiva en el tiempo. Esto es una falacia de causa falsa, ya que no se consideran otros factores que podrían estar influyendo, como la situación social o económica, el nivel de formación del profesorado o incluso los efectos del COVID-19. Que un hecho suceda después de otro no implica que el primero sea la causa del segundo.
· “La mayoría de la gente piensa que este medicamento natural funciona mejor que los fármacos de laboratorio, así que debe ser más efectivo.”
Aquí se aferra a la opinión de la mayoría para justificar la eficacia de un producto, en lugar de presentar pruebas científicas. Esta es una argumento Ad Populum, ya que la popularidad de una creencia no garantiza su veracidad. Lo que importa en este caso es la evidencia médica, no cuántas personas creen en ello.
· “Si el premio Nobel Mario Vargas Llosa apoya a ese candidato, entonces debe ser la mejor opción para el país.”
Este es un ejemplo de falacia Ad Vericundiam, en la que se toma como argumento la autoridad o prestigio de una persona (en este caso, un escritor famoso) para validar una postura política. Aunque Vargas Llosa pueda ser un referente en literatura, eso no lo convierte en un experto en política o economía. El hecho de que una persona famosa apoye una idea no significa que esa idea sea correcta o beneficiosa.
Las falacias no solo distorsionan los debates, sino que pueden influir en decisiones colectivas: desde el voto en unas elecciones hasta en creencias personales. A menudo, quien domina la falacia no busca convencer a través del razonamiento, sino seducir, intimidar o manipular. Por eso, detectar estos errores es fundamental para no dejarse arrastrar por discursos vacíos y aprender a pensar con lógica es algo que nos ayudaría a obtener libertad. En un mundo lleno de argumentos, tener pensamiento crítico es más valioso que nunca.
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